Un recuerdo aflora en el momento que aprietas el
botón de la memoria. Solo has de querer abrir ese escondrijo en donde se
apiñan, esperando ser desempolvados. Rebuscas, rebuscas y al fin aparece ese
especial momento vivido en algún punto de tu anodina existencia, pero que ha
sido para ti algo inaudito, excitante, maravilloso, emocionante, por lo que ha
permanecido, a pesar del tiempo, lleno de frescura, colorido, y, extrañamente
límpido. Tanto material dispuesto a ser extraído es difícil de
seleccionar. A ver, a ver...."Las dos hermanas".
Invierno...., huele a humedad, a frío. La chimenea
ilumina un pequeño espacio que no abarca toda la estancia, quedando en penumbra
el resto de la sala. Los troncos de leña que se apiñan en la chimenea arden con
alegría emitiendo un armonioso sonido que rompe el silencio producido por el
comentario de mi abuela:
- "Os contaré la historia de las dos hermanas
y el Ecce Homo"-.
Yo, sentada en el suelo con la cabeza apoyada en el
halda de mi abuela, en una postura verdaderamente cómoda para mi, me
apretujé, buscando el refugio que evidentemente iba a necesitar por el miedo
que sentiría ante las ya conocidas narraciones de mi abuelita. Sonó dulce
la voz comenzando el relato:
- "Ellas pertenecían a la burguesía de la
ciudad. Su economía era abultada y podían permitirse el deseo que hacia
tiempo anhelaban. Poseer una imagen del Cristo de tamaño natural, igualito,
igualito, que el Ecce Homo de la Iglesia que salia en la procesión del Viernes
Santo. Era un sueño tanto tiempo acariciado, que ya se hacía
imprescindible el conseguirlo y decidieron realizarlo ya"-.
Aquí, la voz de mi abuela se engoló dándole
solemnidad a la historia.
- "Emocionadas con la idea decidieron encargar
al momento, sin demora, la talla del Cristo que tanto anhelaban. Pasado un
tiempo prudente, les llegó la noticia de que su encargo estaba ya terminado y
que en breve lo recibirían en casa. Un recatado e indescriptible
entusiasmo llenó sus tristes y solitarias vidas. ¡Por fin! El deseo tanto
tiempo acariciado en sus corazones de solteronas faltas de amor iba ha hacerse
realidad.
La casa fue revuelta de arriba
abajo. Escogieron la sala mas coquetona de la casa y prepararon un pequeño
altar donde colocar la preciosa imagen del Cristo.
Llegó el momento... Unos operarios del taller,
depositaron la bella imagen de un Ecce Homo de tamaño natural sobre el altar
que a propósito para la ocasión, habían preparado. Su estatura era la de
un hombre de talla media, envuelto en un sudario y cubriendo sus hombros un
manto rojo. La corona de espinas coronaba su cabeza inclinada y su cabello
cubría su hombro desnudo. Los pies descalzos reposaban sobre un cojín de dorada
seda. Una vara de cedro en la que se apoyaban sus delgadas manos de
hombre joven y martirizado completaba el conjunto.
Las dos hermanas lo miraban embelesadas,
contemplando el realismo de la talla. El pelo caía sobre el rostro que se
inclinaba hacia el suelo. Sus parpados entornados le imprimían un aspecto de
dolor que conmovía el alma. Era un hombre desvalido.
Las dos hermanas lo contemplaban enternecidas.
Aunque era algo tarde para ellas, acostumbradas a retirarse pronto a sus
dormitorios, quisieron sacar sus breviarios y orar un ratito...
Nada se movía en la estancia. Un piadoso silencio,
solamente roto por el susurrar del rezo. Como los párpados ya se cerraban
vencídos por el sueño, decidieron dejar ya la oración. Una última mirada y
pensaron mientras lo contemplaban: "No hemos de olvidar felicitar a
D. Herminio por la labor bien terminada y el realismo logrado. ¡hasta la
melena parecía estar empapada de sudor...!
La ceremonia de la despedida empezó. La mayor
se inclinó sobre los pies descalzos de la imagen y posó sus marchitos labios
con reverencia. Un escalofrío intenso recorrió su espalda: aquellos pies
estaban calientes y no era madera lo que besó sino carne caliente y palpitante.
Casi paralizada de terror, agarro silenciosamente a
su hermana por el codo, después de haber besado también los pies, y
empujándola cerró la sala con doble vuelta de llave.
- ¿No has notado nada?- le preguntó.
Lo que a
continuación hicieron era lo lógico. Llamaron a los gendarmes por medio del
sereno del barrio, quienes encontraron al ladrón, bajado ya del altar. Esperaba
a que el silencio reinase en la casa para avisar al resto de la banda, que
aguardaban su señal, y desvalijar la vivienda y las arcas de las pobres y
ancianas señoras"-.
Blanca como un lirio asintió con la cabeza:
- ¡Estaba caliente! No es una imagen: ¡es un
hombre!.
Calló mi abuela, dando por terminada la historia,
cuando mis párpados habían llegado a su máxima resistencia y hacían grandes
esfuerzos para mantenerse abiertos. Soñé con estatuas saltando, señoras
ancianas corriendo despavoridas, gendarmes atacando... pero fue plácido mi
sueño, porque la cadenciosa voz de mi abuela era armoniosa y susurrante,
invitando a caer en los brazos de Morfeo.
María Ángeles Morera Serrano.