28 octubre 2013

La dulce Laura

(Dedicado a mi nieta en el día de su cumpleaños)


¿Existen los seres de luz?

Yo no podría expresar con palabras  el convencimiento que experimento de la realidad de su presencia junto a nosotros.  Son personas que con su sola existencia iluminan la vida de los mortales y que, a su contacto, lo cotidiano se convierte en fiesta del alma y del espíritu.

Yo tengo un ser de esos cerca de mí.  Está pendiente de mis deseos, de mis preocupaciones, de mis tristezas...

Ésta es mi nieta Laura.

Se desvive para que sea feliz y lo consigue.

Tengo otros dos nietos que son indudablemente la alegría de mi corazón y sé que me quieren, pero la dulzura de Laura sólo de ella emana.

Mi agradecimiento a Dios por estos tres amores.


María Ángeles Morera Serrano

10 octubre 2013

Añoranzas



Quizá fuese por los años setenta... todavía conservábamos la casa de Oliva, la casona que fue de nuestros antepasados y que heredamos generación tras generación disfrutándola todas las vacaciones, aunque ya muy mermada la salud del inmueble por la erosión de los siglos (pertenecía al siglo XVIII).

Cierro los ojos y contemplo su gran fachada, con un enorme portón de diez centímetros de grosor con aldabas de hierro representando manos lánguidas de mujer. Dos balcones de barandillas rectas y una reja, medio metro más abajo, del mismo estilo sobrio, solamente adornada por unos macizos y gruesos rosetones muy propios de la rigidez de la época. Sus paredes deformadas, curvadas por los años, daban fe del tiempo transcurrido.Traspasando las puertas, tropezabas con una inmensa cortina semejante a una vela latina que guardaba la intimidad de la familia. Un espacioso vestíbulo con muebles antiguos y al fondo una gran puerta con cristales que daba salida a un patio interior, con una palmera en el centro, varios plátanos de las indias y en una esquina un pozo coronado por un jazmín azul. También recuerdo el perfume embriagador del galán de noche. ¡Cuántos sueños, cuantas añoranzas encierran esos recuerdos!

Desde niños, todas las vacaciones eran esperadas con verdaderas ansias por mi hermano y por mí, con el afán de disfrutar de la libertad que nos proporcionaba la estancia en el pueblo.

Teníamos una finca llamada "La Pedrera" de seiscientas hanegadas, todo monte, con bancales de algarrobos, olivos y almendros que eran la delicia de juegos inimaginables. nuestras fortalezas fueron los algarrobos. Sus retorcidos y ásperos troncos no impedían la ascensión a sus fuertes ramas que soportaban el peso sin que por ello se resquebrajasen. eran interminables horas de  luchas de castillo a castillo, dejándonos la piel -textualmente- de las rodillas, al bajar por los arrugados y ásperos troncos.

A "La Pedrera" se llegaba por camino pedregoso y polvoriento, a lomos de los caballos del capataz de la cuadrilla de recolectores de algarrobas. nosotros, los niños, íbamos a la grupa del animal y el resto de la familia a pie. solo distaba del pueblo cuatro kilómetros. Más de una vez estuvimos a punto de una desastrosa caída por la falta de costumbre y por el inquieto movimiento de nuestros infantiles cuerpos. el animal se movía con seguridad, apoyando sus fuertes cascos sobre las brillantes y resbaladizas piedras del sendero, sintiéndose responsable de la delicada carga que transportaba.



El perfume de la hierba húmeda por el rocío de la mañana, permanece en mi recuerdo como algo difícil de olvidar.

El tiempo que duraba la recogida de las algarrobas, solía ser sobre quince o veinte días, tiempo que transcurría como el vuelo rápido de un pájaro, privándonos de la libertad incondicional que disfrutábamos allí, devolviéndonos a la realidad de la monotonía de la vida en el pueblo.

No obstante seguían las vacaciones, por lo tanto no terminaba con el regreso a la ciudad, el disfrute de sacar agua del pozo, más los juegos en la "pareteta", las excursiones a la Font de Cayes, las veladas a la puerta de casa, con el silencio, el fresco de la noche y el comadreo de las vecinas, que venían a sentarse con mi familia para retrasar la hora del descanso.

Toda esta evocación, bien merece un poema dedicado a mi casa:

LA  CASA  ANTIGUA

La casa dormida, la casa con duende...
Durante el invierno,
envolventes silencios la cubren,
silencios que hablan a quien los comprende;
y algo misterioso,
siempre en torno a ella,
flota en el ambiente.

¡Que sola se encuentra la casa silente!
Contemplando su puerta cerrada
con ansias de ausentes,
y sus rejas de sobria estructura
que se agarran a aquellas paredes
encaladas, que curvan los años,
tan gastadas y en cambio tan fuertes,
no sé qué me pasa,
que de fantasías no forja mi mente.

Del silencio que envuelve la casa
algo se desprende,
e imagino escuchar de un suspiro,
el eco doliente
y risas y llantos,
y hasta se presiente
el susurro de cándidos besos
puestos en la frente.

Vuelan en la noche,
tiernas, sugerentes,
de un piano las cálidas notas
que, tímidamente,
unas manos de suave blancura
pulsan reverentes.

(La casa dormida, la casa con duende).
Me da pena pensar que la casa
durante el invierno tan sola se siente,
y aguarda callada, cual bella durmiente,
la llegada del rubio verano
que espera impaciente,
y al conjuro de risas de niños,
al fin se despierte.


María Ángeles Morera Serrano

06 octubre 2013

Esta es la historia de alguien que...





Es propio del ser humano desear, en lo más recóndito de su corazón, desempolvar su yo y verter sobre una superficie blanca y lisa, papel o folio, una serie de pensamientos almacenados en ese trastero que es la mente, que se guardan sin orden ni concierto durante un sin fin de tiempo.

Ordenarlos, darles sentido, es una tarea ímproba, la cual debemos acometer alguna vez en la vida, a ser posible antes que lo allí guardado se extravíe para siempre.

Extraeré algo que me resulte grato recordar:

Pensemos en alguien, hombre o mujer, afín a mí, que me provoque sentimientos tiernos, a los que daré nuevamente vida. ¿Cómo darle forma al relato? ¿Por dónde empezar? Iré hilando el recuerdo y lo desempolvaré de  de la mejor manera que pueda.

¡Bucear en el desván!, interesante labor.

En aquel abigarrado lugar, comenzar haciendo lotes de recuerdos sería lo más apropiado, a fin de no dificultar la colocación de los elementos allí recogidos a la hora de poder ir distribuyéndolos debidamente. Miro y observo diversidad de vivencias y distintos estados de ánimo, no aptos para ser unidos por falta de afinidad. La euforia, el entusiasmo, la ingenuidad, junto a la melancolía, la debilidad, la tristeza, entereza y serenidad... Todo lo acumulado a lo largo de una vida. Difícil de catalogar y complejo para extraer fácilmente y formar una estructura comprensible a la hora de su lectura.

Acercarme en la memoria  al apartado de la niñez, infancia y pubertad, es ardua tarea dada la lejanía del tiempo...

Pero atrevámonos a acotar algo de ese espacio. Acerquémonos en el recuerdo a ese amasijo de vivencias acumuladas correspondientes a esos años.

Tiempo de feliz despertar a la conciencia de la propia existencia.

El recuerdo, algo difuso, es entrañable.

Veo amor alrededor. Mucho amor y protección desmedida. Veo paz, armonía, hogar feliz y... PROTECCIÓN DESMEDIDA. Quizá ésta condicione algo el normal desarrollo de una vida, pero no impide que la felicidad impregne a ese ser. Puede que marque un poco su natural modo de formarse, pero no merma su eclosión armónica.

La personalidad de cualquier ser humano tiende a forjarse bien o mal según el clima en el cual se desenvuelva su existencia. Si el ámbito en el que crece es un saludable entorno, esto propicia un también saludable desarrollo, tanto física como intelectual, psíquica y espiritualmente,  formando el todo de una persona.

En ese caldo de cultivo surge una niña tímida, falta de confianza en sí misma. Una especie de "patito feo" que quizá no despierte admiraciones, pero sí una gran ternura, un profundo deseo de protección por parte de quienes la rodean, su familia.

Es delicada de salud, endeble en su crecimiento, propensa a todas las enfermedades infantiles, pero pasa triunfante sobre ellas, y el "patito feo" se transforma en una linda adolescente, sin darse apenas cuenta. Sigue desconfiando de sí misma y no ve, cuando se contempla en el espejo, lo que van descubriendo los demás. Sólo se da cuenta cuando observa los ojos de los jóvenes puestos en ella con admiración. ¡Señor, si solamente tiene trece años!

Son los albores del despertar a la vida, cuando el adolescente se ríe de todo, lo que es gracioso y también de lo que carece de gracia, porque sí, porque todo le es grato, porque la vida es bella, y luminosa y alegre y te la comerías a grandes bocanadas. La carcajada brota sin ton ni son, por lo más nimio, por lo más imbécil que te puedas echar a la cara. La pubertad es así de ingenua.

Bonitas estampas extraídas de esa buhardilla. Las más blancas, las más cándidas, hermosas, las que siempre recordarás con gratitud porque te han hecho feliz.

Creció, por fuera y por dentro. Fue formándose una mujer con sólidos valores y amó, amó mucho, porque el amor era una constante en su vida. Amó lo bello que la vida le brindó. Fue esposa y madre y dio siempre gracias al cielo por todo lo bueno y amable que la vida le regaló.


María Ángeles Morera Serrano