
Es propio del ser humano desear,
en lo más recóndito de su corazón, desempolvar su yo y verter sobre una
superficie blanca y lisa, papel o folio, una serie de pensamientos almacenados
en ese trastero que es la mente, que se guardan sin orden ni concierto durante un
sin fin de tiempo.
Ordenarlos, darles sentido, es
una tarea ímproba, la cual debemos acometer alguna vez en la vida, a ser posible
antes que lo allí guardado se extravíe para siempre.
Extraeré algo que me resulte
grato recordar:
Pensemos en alguien, hombre o
mujer, afín a mí, que me provoque sentimientos tiernos, a los que daré
nuevamente vida. ¿Cómo darle forma al relato? ¿Por dónde empezar? Iré hilando
el recuerdo y lo desempolvaré de de la
mejor manera que pueda.
¡Bucear en el desván!, interesante
labor.
En aquel abigarrado lugar, comenzar
haciendo lotes de recuerdos sería lo más apropiado, a fin de no dificultar la
colocación de los elementos allí
recogidos a la hora de poder ir distribuyéndolos debidamente. Miro y observo
diversidad de vivencias y distintos estados de ánimo, no aptos para ser unidos
por falta de afinidad. La euforia, el entusiasmo, la ingenuidad, junto a la
melancolía, la debilidad, la tristeza, entereza y serenidad... Todo lo acumulado
a lo largo de una vida. Difícil de catalogar y complejo para extraer fácilmente
y formar una estructura comprensible a la hora de su lectura.
Acercarme en la memoria al apartado de la niñez, infancia y pubertad,
es ardua tarea dada la lejanía del tiempo...
Pero atrevámonos a acotar algo de
ese espacio. Acerquémonos en el recuerdo a ese amasijo de vivencias acumuladas
correspondientes a esos años.
Tiempo de feliz despertar a la
conciencia de la propia existencia.
El recuerdo, algo difuso, es
entrañable.
Veo amor alrededor. Mucho amor y
protección desmedida. Veo paz, armonía, hogar feliz y... PROTECCIÓN DESMEDIDA.
Quizá ésta condicione algo el normal desarrollo de una vida, pero no impide que
la felicidad impregne a ese ser. Puede que marque un poco su natural modo de formarse,
pero no merma su eclosión armónica.
La personalidad de cualquier ser
humano tiende a forjarse bien o mal según el clima en el cual se desenvuelva su
existencia. Si el ámbito en el que crece es un saludable entorno, esto propicia
un también saludable desarrollo, tanto física como intelectual, psíquica y
espiritualmente, formando el todo de una
persona.
En ese caldo de cultivo surge una
niña tímida, falta de confianza en sí misma. Una especie de "patito
feo" que quizá no despierte admiraciones, pero sí una gran ternura, un
profundo deseo de protección por parte de quienes la rodean, su familia.
Es delicada de salud, endeble en
su crecimiento, propensa a todas las enfermedades infantiles, pero pasa
triunfante sobre ellas, y el "patito feo" se transforma en una linda
adolescente, sin darse apenas cuenta. Sigue desconfiando de sí misma y
no ve, cuando se contempla en el espejo, lo que van descubriendo los demás. Sólo
se da cuenta cuando observa los ojos de los jóvenes puestos en ella con
admiración. ¡Señor, si solamente tiene trece años!
Son los albores del despertar a
la vida, cuando el adolescente se ríe de todo, lo que es gracioso y también de
lo que carece de gracia, porque sí, porque todo le es grato, porque la vida es
bella, y luminosa y alegre y te la comerías a grandes bocanadas. La carcajada
brota sin ton ni son, por lo más nimio, por lo más imbécil que te puedas echar
a la cara. La pubertad es así de ingenua.
Bonitas estampas extraídas de esa
buhardilla. Las más blancas, las más cándidas, hermosas, las que siempre
recordarás con gratitud porque te han hecho feliz.
Creció, por fuera y por dentro.
Fue formándose una mujer con sólidos valores y amó, amó mucho, porque el amor
era una constante en su vida. Amó lo bello que la vida le brindó. Fue esposa y
madre y dio siempre gracias al cielo por todo lo bueno y amable que la vida le
regaló.
María Ángeles Morera Serrano