06 octubre 2013

Esta es la historia de alguien que...





Es propio del ser humano desear, en lo más recóndito de su corazón, desempolvar su yo y verter sobre una superficie blanca y lisa, papel o folio, una serie de pensamientos almacenados en ese trastero que es la mente, que se guardan sin orden ni concierto durante un sin fin de tiempo.

Ordenarlos, darles sentido, es una tarea ímproba, la cual debemos acometer alguna vez en la vida, a ser posible antes que lo allí guardado se extravíe para siempre.

Extraeré algo que me resulte grato recordar:

Pensemos en alguien, hombre o mujer, afín a mí, que me provoque sentimientos tiernos, a los que daré nuevamente vida. ¿Cómo darle forma al relato? ¿Por dónde empezar? Iré hilando el recuerdo y lo desempolvaré de  de la mejor manera que pueda.

¡Bucear en el desván!, interesante labor.

En aquel abigarrado lugar, comenzar haciendo lotes de recuerdos sería lo más apropiado, a fin de no dificultar la colocación de los elementos allí recogidos a la hora de poder ir distribuyéndolos debidamente. Miro y observo diversidad de vivencias y distintos estados de ánimo, no aptos para ser unidos por falta de afinidad. La euforia, el entusiasmo, la ingenuidad, junto a la melancolía, la debilidad, la tristeza, entereza y serenidad... Todo lo acumulado a lo largo de una vida. Difícil de catalogar y complejo para extraer fácilmente y formar una estructura comprensible a la hora de su lectura.

Acercarme en la memoria  al apartado de la niñez, infancia y pubertad, es ardua tarea dada la lejanía del tiempo...

Pero atrevámonos a acotar algo de ese espacio. Acerquémonos en el recuerdo a ese amasijo de vivencias acumuladas correspondientes a esos años.

Tiempo de feliz despertar a la conciencia de la propia existencia.

El recuerdo, algo difuso, es entrañable.

Veo amor alrededor. Mucho amor y protección desmedida. Veo paz, armonía, hogar feliz y... PROTECCIÓN DESMEDIDA. Quizá ésta condicione algo el normal desarrollo de una vida, pero no impide que la felicidad impregne a ese ser. Puede que marque un poco su natural modo de formarse, pero no merma su eclosión armónica.

La personalidad de cualquier ser humano tiende a forjarse bien o mal según el clima en el cual se desenvuelva su existencia. Si el ámbito en el que crece es un saludable entorno, esto propicia un también saludable desarrollo, tanto física como intelectual, psíquica y espiritualmente,  formando el todo de una persona.

En ese caldo de cultivo surge una niña tímida, falta de confianza en sí misma. Una especie de "patito feo" que quizá no despierte admiraciones, pero sí una gran ternura, un profundo deseo de protección por parte de quienes la rodean, su familia.

Es delicada de salud, endeble en su crecimiento, propensa a todas las enfermedades infantiles, pero pasa triunfante sobre ellas, y el "patito feo" se transforma en una linda adolescente, sin darse apenas cuenta. Sigue desconfiando de sí misma y no ve, cuando se contempla en el espejo, lo que van descubriendo los demás. Sólo se da cuenta cuando observa los ojos de los jóvenes puestos en ella con admiración. ¡Señor, si solamente tiene trece años!

Son los albores del despertar a la vida, cuando el adolescente se ríe de todo, lo que es gracioso y también de lo que carece de gracia, porque sí, porque todo le es grato, porque la vida es bella, y luminosa y alegre y te la comerías a grandes bocanadas. La carcajada brota sin ton ni son, por lo más nimio, por lo más imbécil que te puedas echar a la cara. La pubertad es así de ingenua.

Bonitas estampas extraídas de esa buhardilla. Las más blancas, las más cándidas, hermosas, las que siempre recordarás con gratitud porque te han hecho feliz.

Creció, por fuera y por dentro. Fue formándose una mujer con sólidos valores y amó, amó mucho, porque el amor era una constante en su vida. Amó lo bello que la vida le brindó. Fue esposa y madre y dio siempre gracias al cielo por todo lo bueno y amable que la vida le regaló.


María Ángeles Morera Serrano

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