17 octubre 2014

El Mendigo de la Iglesia



El muro gris lo envuelve.
Se confunde su cuerpo con la piedra.
No sé si está dormido, si medita...
Tampoco sé si reza.
Tan solo sé que semeja amasado
su cuerpo con la piedra.

Hermético, encerrado en su mutismo,
sus ojos no desvelan lo que ven,
si es que ven, cuando a su lado,
un mítico fervor se representa.
Más de una vez, hermano, en tu silencio
yo me he sentido enferma.

No le he visto pedir,
quizá su mano no quiere estar abierta,
y en estático gesto permanece
cansada de la espera,
que se tendió mil veces, y mil fueron
negativas respuestas.

Vestido de silencio, encallecido,
su soledad sangrante
es algo que te escuece muy adentro.
Es respuesta apremiante,
eminente juicio,
decisiones tajantes.
Es voz que te interpela en lo más hondo,
hiriéndote la carne.

Pero él sigue allí, indiferente,
sereno en su pobreza,
seguro en el lugar que lo cobija,
(quizá sabe muy bien la preferencia
del Dueño del lugar),
quizás que piensa
que son más pobres los que le rodean.

Solo sé que mirando esa figura,
en la penumbra, diluida en ella,
apoyada en el muro, silenciosa,
sin saber si medita, duerme o reza,
he sentido vergüenza en lo profundo,
me he sentido raquítica y pequeña.


María Ángeles Morera Serrano


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