30 enero 2015

Un Día Corriente y Moliente





Amanece, despierto ¡qué alegría!
Vivo, respiro aún, pasó la noche.
He tenido de sueños un derroche...
Comienza el día ya ¡algarabía!

Me levanto del lecho diligente.
Preparo el desayuno, ya es la hora
de despertar a la pequeña gente.

Soñolienta al principio, bulliciosa
cuando en la cara el agua los refresca.
¡Va en aumento el bullicio! ¡Viene la gresca!
(Estoy poniéndome ya muy nerviosa)

Tras todos los arreglos convenientes

partimos al colegio sin espera.
A solo dos minutos de la entrada
la larga fila, está ya preparada...
(llegamos siempre con la lengua fuera).

Luego el regreso, ya más sosegada,
me permite una charla, brevemente
con otras "aves raras" de mi especie,
(que por temor al tráfico existente
aún acompañan a su prole amada).

Al llegar a mi hogar, el laboreo
con su prosaica y gris monotonía,
(hay que ser en la casa como Marta
para luego seguir siendo María).

A esa incolora imagen del trabajo,
describirla renuncio.
Solo diré que hay que hacerla a destajo
si pretendo que esté a las doce en punto.

Abandono un momento la tarea,
pues me siento cansada.
Miro el reloj: ¡si son ya menos cinco!,
¡si no he tenido tiempo de hacer nada!

Corro veloz a arreglarme un instante,
he de compaginar con maestría
la laboriosidad más importante
con el tener también coquetería.

Apresurarme es cosa que me inquieta,
pues no podré evitar mi triste sino,
(siempre corriendo: con una pierna rota,
llegaré cualquier día a mi destino).

Recojo a mi retoño más pequeño,
que impaciente está ya de mi tardanza.
Se está muy bien al sol, invita al sueño
¡quién pudiera gozar de cierta holganza!

Tal cosa no he de hacer, aunque apetezca
recrearse un ratito.
Pues el trabajo es cosa que ennoblece,
pero además despierta el apetito.

Y esa necesidad del ser humano 
obliga sin tardanza ni apatía.
Volver a casa y, con sabia mano,
preparar el llantar de cada día.

Comienzan nuevamente las carreras
de la segunda etapa.
¡Será muy deportivo este meneo
pero al final del día es una lata!

De nuevo en casa estoy, mas ya no siento
si son míos los pies o del vecino.
A la cocina voy, a ver si intento
y logro preparar algo con tino.

No es cocinar problema que me inquiete
pues no he de preparar ningún banquete,
pero el tiempo es tan justo y tan escaso
que las cosas no son nada factibles
y temiéndome estoy algún fracaso...
(Si en mi ayuda no viene Santa Rita, 
que es abogada de los imposibles).

Manos a la obra pues, a mi quehacer...
Como una exhalación voy actuando,
y sin dejar de hacer estoy pensando
en la emancipación de la mujer.

¡ A la mesa, que ya está preparada!
Manos lavadas, sin pérdida de tiempo.
¡No arrastres esa silla! ¡Deja ese cuento!
(En esta hora aciaga,
el papel que me asigno es de sargento).

Domínome los ánimos un tanto.
Cuento hasta cien, resulta un buen sistema.
Recapacito y pienso ya con pena, 
que me excité en exceso, que es más santo
el estar mas ecuánime y serena.
Pongo mi empeño, estaré más calmada
(es un propósito que no me dura nada).

Lo que tardé en hacer mi buena hora,
en un decir, ¡Jesús! se ha consumado,
y por tercera vez ha comenzado
el maratón, ya soy locomotora.

Todos servidos ya: Dios sea loado.
Mis nervios agradecen un respiro.
¡Mas de pronto me doy perfecta cuenta
de que yo no he comido...!

La tarde va cayendo lentamente,
ya ha terminado el día.
Me cuesta describir cómo mi espíritu
se ensancha de alegría.

Mis hijos ya reposan en su lecho
soñando no sé bien con qué aventura,
mirando sus caritas con ternura
pienso que cuanto hice está bien hecho.

Y con una mirada enamorada,
henchida de emoción,
viendo su cabecita en la almohada
musito una oración dulce y pausada:
Señor, haz que mañana la jornada,
sea al igual que hoy.


María Ángeles Morera Serrano 

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