Expelían los montes sus brisas verdes.
Se encendían las luces de las estrellas.
Daban las buenas noches los búhos viejos.
Y cerraban el paso las callejuelas.
Una reja se abría poquito a poco,
un galán a la reja se dirigía.
Le brillaban los ojos al ver el rojo
de unos labios que al verlo se le ofrecían.
Se miraban sin verse, solo escuchaban
el rugido prendido de un fuego interno,
que saltó en un instante, con sólo un beso,
el ardor pavoroso del mismo Infierno.
Y surgió en ese día la Primavera
en el rincón llamado “de los suspiros”.
De la fuente brotaban hilos de plata
y unas risas se oían tras los visillos.
Cupido fue el maestro de la destreza.
Pudo atar con sus artes dos corazones
que se hallaron un día tras de una reja...
con hermosas bandadas de gorriones.
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