05 septiembre 2013

Puigcerdà, vacación preciosa y algunas cuitas




Camping con sabor a cuento de hadas. La primera impresión que me causó al llegar fue que había retrocedido a la época de Heidi en los Alpes Suizos. Sus casitas de madera de pino rodeadas de un pequeño vallado y sus tejados inclinado a modo de cabañas recordaban las que vi en el norte de Francia en un viaje realizado hace ya tiempo, quizá por la proximidad de la frontera.

La pequeñez del recinto podía ser un ligero impedimento para nuestra comodidad, pero la buena disposición de nuestro ánimo no restó ilusión al acomodarnos. "Antes de entrar, dejen salir", nos propusimos.

Dos habitaciones, cuatro camas repartidas, tres en un dormitorio y una de matrimonio en la otra habitación. Una pequeña cocina completa de utensilios y un pequeño baño con ducha y todo. Todo pequeño y nosotros grandes, largos y anchos, ¿cómo hacer? Lo dicho...

- Pasa tú primero.
- No, tu.
- ¡No, tengo prisa! -tercia otro.
- Yo sí.
- Pues pasa tu.

Y así los ocho días, con mucha cortesía, eso sí, pero con ciertas impaciencias en apurados momentos.

Estos pequeños inconvenientes no fueron impedimento para que gozásemos de unos días de completa paz y disfrute, con sus excursiones a distintos y preciosos parajes.

Y así, desde el Camping Stel, partimos hacia el primer pueblo de la vecina Francia, "Bourge Madamme". Tocar suelo francés (aunque en la realidad todo era muy similar) prestaba cierta categoría a nuestra excursión. Sus letreros en lengua gala daban fe de que ya no estábamos en suelo español y mi pecho sintió el deseo de entonar aquella lejana canción de Estrellita Castro...

¡Ay de mi! ¿Por qué llorar?
¡Porque me alejo, España, de ti!
¡Porque me aparto de mi rosal!

Pero como estábamos a dos pasos de mi querida España, pensé "qué tontería, ¡si a la noche volvemos!" Pues ¡hala! a disfrutar. Mi ardor patrio se recompuso al recuerdo de nuestro pronto regreso del suelo extranjero.

Las excursiones se sucedieron una tras otra y así nuevos lugares como Foix, Alp, Ur, Saillagouse, fueron recreando nuestros ojos con sus bellos paisajes y sus empinadas calles empedradas, más propias de Calesas y Landós que de los múltiples modernos coches que circulaban por ellas.

Foix, especialmente, despertó nuestra atención. Un castillo medieval oteaba desde su considerable altura, como un celoso guardián, toda la ciudad. Su poderoso señor, el Conde de Foix Roger II, allá por el año 1112, fue el dueño de vidas y haciendas de aquellas tierras. Perteneciente a esta noble familia, no sé en qué grado, fue la Reina Doña. Germana de Foix, segunda esposa, después de la muerte de Isabel la Católica, del rey Fernando de Aragón El Católico. Esta reina, según cuentan las crónicas, está enterrada en Valencia y la ciudad le ha dedicado una calle, de ahí mi interés como valenciana.

En Alp, otro de los sitios preferidos, visitamos un mercadillo encantador, lleno de puestos de variados manjares, de tal calibre su género que no había bolsillo que resistiese. Degustamos algunas viandas y partimos sin comprar nada.

Fueron ocho días en los que tuvimos de todo (referente al clima): sol ardiente, aire fresco, tormentas aparatosas, tardes frías, pero todo con humor y felicidad. Ahora afrontemos de nuevo el regreso a la monotonía, pero que nadie nos quite lo vivido, o como se suele decir, "que nadie nos quite lo bailao".

María Ángeles Morera Serrano

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