05 septiembre 2013

Disfrutar de las pequeñas cosas...

                           

Recuerdo una mañana de verano. Mi padre dispuso haciendo uso de sus vacaciones, que la familia pasase un día de campo completo. A pie, como era preceptivo dada la escasez de comodidades de desplazamiento motorizado, recorrimos el largo y angosto camino que nos llevaba hasta el "bancal" elegido.

Yo estaba en esa edad en que disfrutas plenamente de la vida. Catorce años, llenos de "vagancia" aceptada por mis progenitores e irresponsablemente, querida por mí.

Elegí un frondoso algarrobo, abrí mi novela preferida y gocé plenamente de la brisa que proporcionaba la sombra de aquel milenario árbol. Tengo un bello recuerdo de ese día. El cielo de un azul intenso, como sólo en el cielo mediterráneo puede darse; el perfume aromático de tomillo, retama, romero y demás aromas que pueden percibirse en el monte, me embriagaban despertando el deseo de prolongar eternamente ese instante.

De pronto, a la voz de "¡A comer!", se me rompió el ensueño.

Lo que vino a continuación, que imagino sería placentero y agradable, no ha dejado rastro en mi memoria.

María Ángeles Morera Serrano

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