05 septiembre 2013

Reflexiones que dan que pensar




Imaginaos que caminais durante ¡toda una larga vida! con una mochila colgada sobre la espalda, de un inmenso peso que, en ocasiones, resulta insoportable. Y caminas, caminas toda una jornada con esa carga pesada que te incomoda, porque te impide aligerar tu paso.

Y entonces llega un día en que decides ir desprendiéndote, en parte, de algo que puedas considerar prescindible, y echas del fardo un montón de cosas inútiles, y un soplo de aire puro y positivo entra en tu pecho. El paso se ha hecho más ligero, lo rechazado no era necesario para la travesía y te ha estado frenando, sin dejarte disfrutar del paisaje, durante tantos momentos. De pronto la zancada es más larga, a la par que eres más consciente también de esa ligereza. Empiezas a percatarte de todo lo bello que a lo largo del viaje te perdiste, obsesionada por el peso y la carga.

¿Qué fue lo que despertó en ti el deseo de aligerar tu espíritu? El ser humano está condicionado por el entorno en el cual se desarrolla: su familia, el lugar donde se educa, la gente que le rodea etc, etc... Y así se va configurando su personalidad de forma que todos estos condicionantes (lugares, gentes, ideas trasmitidas, crianza...) impregnan su yo, de forma que ya no es uno mismo, sino un poco de todo de lo que le van trasmitiendo los demás, quienes han influido para formar o deformar su espíritu.

La complejidad de este hecho está en que el ser humano, dotado por Dios de una libertad innegociable que nada ni nadie le puede arrebatar, llegado un momento en el curso de su vida decide hacer uso de ella, de la libertad de pensar por sí mismo y no inducido por los criterios de otros. Entonces llega a conclusiones, razonamientos no impuestos por los demás, sino extraídos de los propios pensamientos.

A todo esto me refería cuando describo el ir desprendiéndome de "fardos" a lo largo de el viaje que es la vida.

Nadie debe condicionar tu libre albedrío. El pensar por tu cuenta en temas que te pueden confundir o intranquilizar, es importante.

Tú debes considerarte suficientemente capaz para decidir por cuenta propia si son acertadas o no tus opciones. No obstante, aceptar opiniones que afiancen las tuyas, que las refuercen e incluso que puedan cambiarlas (pero siempre sin anularlas), es hasta sano y conveniente.

María Ángeles Morera Serrano

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