09 marzo 2015

Recuerdos de mi infancia. Mi colegio


                                            

Recordar, recordar... Empeño que deseo mantener y desarrollar. Huecos donde colocar retazos de mi vida. Rememorar es como volver a revivir todos los momentos gratos de la existencia brillantes en la memoria, para que no se pierdan en la lejanía del tiempo.

Época de posguerra. Crecimos al amparo de penurias y pobreza que se reflejaba en todos los rostros, pero sin hacer mella en nuestra temprana edad. Los pocos años nos libraban de percibir el estado de preocupación existente en el ambiente. Nuestro mundo no era otro que el de los juegos, con su inconsciente vitalidad.

Quiero hablar de mi colegio y de puntuales momentos vividos en él. 

Era éste un lugar de enseñanza habilitado y regido por religiosas de la orden de San Vicente de Paúl. 

No era un colegio al uso. Era un piso cuyo dueño, un sacerdote llamado D. Gordiano Ribera, había donado a la Orden para que ejercieran su trabajo de docencia.

Se accedía al recinto por  una pequeña puerta relativamente angosta, la cual daba a una antigua escalera por la que subíamos las colegialas como en una estampida, saltando de dos en dos los escalones, al grito de  "Ave María Purísima" hasta llegar a un vestíbulo convertido ya en aula. De éstas, solo había tres, la de las mayores, la de las medianas y la de las párvulas. Unos balcones a la calle eran toda la luz que recibía la estancia. A las niñas nos llamaba la atención un pequeño espacio, siempre cerrado, en el cual las monjas se despojaban del velo que les cubría las aladas y almidonadas tocas blancas, sin el cual no salían a la calle. Benditas mujeres, cuanto las enrabiábamos y cuanto las queríamos. Sores, así se las denominaba. Sor Dionisia, sor Trinidad, sor María...

Las buenas hermanas, muy distintas ellas a las monjas descritas en los guiones de los relatos fílmicos, de áspero y duro carácter, soportaban con buen talante y sobrada paciencia nuestros embates,
ingenuamente diabólicos, al relatarles, sin atender a sus protestas 
escandalizadas, la última película de amor que habíamos visto. Naturalmente la película no era otra que "Blancanieves", dada nuestra edad, la censura no permitía que viésemos otros argumentos de amor.

- Sor, para que se despertara Blancanieves, el príncipe le da un beso ¡en la boca!

- ¡Calle, calle, calle! -la pobre monja estaba escandalizada-Márchense a su sitio.

Risas por lo bajo...

- Pero Sor, ¡si besarse no tiene nada de particular! Mire, resulta que...

Sor Trinidad levantó la mirada severa, ni un atisbo de benevolencia
hacia nosotras se reflejaba en su rostro. La habíamos pifiado, y antes de que la chasca volase sobre nuestras cabezas, nos dispersamos rápidamente  hacia nuestros pupitres.

La chasca era un elemento disuasorio, a la vez que servia para llevar el ritmo del aprendizaje de las tablas de multiplicar:

- ¡Chac, chac, chac! ... Dos por una es dos, dos por dos cuatro, dos por tres seis. ¡Chac, chac, chac!... Esa era una forma de enseñar matemáticas, formando una larga fila, y dando vueltas alrededor de un círculo, chac, chac, chac. Pero no solo la función de la chasca era emitir un sonido rítmico, al compás del cual vociferábamos las tablas, también era el arma arrojadiza ante cualquier desmán, nuestro, de la cual la monja echaba mano,  aunque he de confesar que nunca daba en el blanco (no era el alma de las sores tan malvada).

Risas, juegos, mística unción ante el altar de la Virgen Milagrosa en el mes de María, alegre inocencia y cantos puros inflamados de amor.

Siento una ternura infinita ante el recuerdo de esos tiempos...

Es ciertamente arduo tratar de poner en un solo escrito todo un potencial de ideas sin que resulte tedioso y pesado para el lector, así que terminaré con un melancólico pensamiento dedicado a mis monjas, que deben estar todas con sus almidonadas tocas volando por el cielo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario