Te buscaba, Señor, y mis ojos
tan cegados de humana miseria,
anegarse en Tu Luz no podían
aunque ellos quisieran.
Te buscaba, Señor, y mis plantas
agarradas con fuerza a la tierra
hacia ti no corrían veloces,
sabiéndote cerca.
Y mis labios, de mentiras llenos,
que lanzar ansiaban gritos de perdón,
como fuente enterrada celaban,
y torpes callaban,
el caudal de ternura esculpido
en la dura cantera de mi corazón.
Pero estabas allí, y esperabas,
con la eterna paciencia de Dios,
y con voz de infinito llamabas
con Tu mano divina tendida:
"Ven a mi, sin temor" me alentabas...
Si esta carne tan débil nos diste,
¿por qué libres, Señor, nos hiciste,
si por ella, de Ti, nos alejabas?
María Ángeles Morera Serrano
que profundo Angeles! escribes muy bonito
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