Esperé con ilusión durante el tiempo que duró la
catequesis todo cuanto la imaginación de una niña de esa edad pueda forjarse.
¿Cómo sería el vestido? ¿Y el tocado? Sin duda de tul o de muselina o de organdí,
algo vaporoso, que envolviese mi cuerpo como una nube y sobre todo, con mucho
vuelo.
Mi imaginación y fantasía no conocía límites, sobre todo
cuando pensaba en la admiración que despertaría en Juanito Meseguer, que me
gustaba un montón por aquel entonces, y que esperaba que estuviese entre los
admiradores que contemplarían la larga fila de niñas, formada por todos los
colegios, hacia la Parroquia de S. Pedro.
Se acercaba la fecha... Mi madre emprendió su
periplo por comercios para poder confeccionar el traje.
Pero ¡ay! yo no suponía ni intuía la intención que
albergaba mi mamá: Sin consultármelo, sin pedir mi opinión ni contar con mis
deseos, ella había prometido a la Virgen de Lourdes, después de una no lejana
operación de riñón de mi padre de la que salió triunfante, a Dios gracias, que
YO comulgaría convertida en la Virgen de Lourdes, o sea, con la túnica blanca y
la banda azul en la cintura, y el manto blanco en la cabeza, tal como está
representada la imagen.
Mi decepción, como podréis suponer, fue de órdago. Adiós
Tul, adiós Organdí, envoltura, nubes y admiración de Juanito.
He de reconocer que el traje fue muy bonito, pero
inadecuado para mí. Le guardé rencor a mi mamá durante bastante tiempo...
Así eran las cosas por aquellos lejanos , ay, y tan
añorados tiempos.
El azar quiso , pasado el tiempo, que mi hijo mayor
tomase la Comunión vestido con hábito de fraile por orden de curas de su
colegio. ¡Qué ironía de la vida!
María Ángeles Morera Serrano
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